Buenos días a todos!
F.
Después del atasco rutinario de cada mañana, pasamos a una nueva entrega del blog...
Hoy vamos a hablar de nuestra fiesta de este fin de semana pasado en la Ilha de Mussulo. Para empezar, hay que aclarar que no es una isla, es una península, como se puede apreciar en la siguiente toma por satélite de Google Maps.
El viernes no salimos, con lo que nos fuimos pronto a la cama y el sábado a las ocho estábamos en pie. Despúes de estar liados con las tareas del hogar y comer espaguetis boloñesa como si no hubiera un mañana, nos quitamos el delantal y nos subimos en el cacahuete (nuestro coche) cargados con una tienda de campaña a medio abrir, nevera azul y blanca y domingueradas varias. Llegamos al embarcadero y dejamos el coche a cargo de un joven que no inspiraba mucha confianza, pero en peores plazas habíamos toreado.
Al fin, tras una larga espera de unos 15 minutos, conseguimos subir a una barca (...) y llegamos a la península. Mussulo es una de esas playas que, teniendo un paisaje paradisiaco, estaba cubierta de una capa de mierda bastante importante. Aunque cuando llevas aquí ya un mes y 9 días ya no te das ni cuenta... No quería contarlo, pero tengo que decir que una de las tiendas estaba medio abierta porque la abrimos para probarla el día anterior y no conseguimos volverla a guardar... Así que no hizo falta ni sacarla: se sacó sola. La otra "tienda", que no nos atrevimos a probar, era sólo una funda protectora para la lluvia. A punto de tirar la toalla, nos pusimos el disfraz de arquitectos, conseguimos hacer "un Santiago Calatrava", y la dejamos muy bonita por fuera y "de no tocar", pero luego no tuvimos huevos ni de mirarla. Abajo la foto.
El fail fue tapar la tienda "buena" |
La otra posibilidad era quedarse a dormir en el resort del fondo de la imagen, pero hay que recordar a los lectores que somos los pobres del lugar. Nos juntamos unos 35, entre españoles expatriados, angoleñas, caboverdianas y monzambiqueñas, hambrientos de carne (de la barbacoa) y sedientos de cervezas y gintonics. El motivo, la celebración de cumpleaños de Ramón y Adrián, dos viejos expatriados (que no expatriados viejos).
En honor a la verdad, hay que decir que no fue la típica fiesta de instituto americano, pero tampoco se quedó corta. A mitad de la noche nos quedamos sin música y cuando parecía que todo iba a terminar, una señora a la que nadie conocía, y que tenía un escote que se le veían los tobillos, nos invitó a seguir la fiesta en su casa, donde todo abundaba. Sin ir más lejos, un servidor -que ya no tenía con qué acompañar la coca-cola- acabó con las existencias de Chivas 12 años.
La gente, como nuestros recuerdos de esa noche, se fue retirando poco a poco. Cuando volvía a "casa" con Aritz pasamos por una pista de baile iluminada y con música, aunque vacía. Nuestro vasco sacó toda su magia bilbaina y se pudo comprobar que si está en Angola y no en "Mira quién baila" es porque quiere: acabamos (más él) rodeados de una cohorte de negritos envidiosos de nuestro estilo.
Después de hacer la croqueta por la playa, un bañito con la camisa puesta e intentar torear una cabra que pasaba por ahí, la noche -como todo lo bueno- acabó.
Como es normal, nos despertamos con el sol entre las pestañas y volvimos a nuestra casa de verdad con el primer cayuco de la mañana. Alguien dijo ayer que "cuando uno echa de menos dormir en su casa del extranjero, aunque no sea su casa original, ya está plenamente instalado". Más razón que un santo, o eso parece.
¡Hasta la próxima entrega! (Que todos esperamos que escriba JB)
F.